La huerta de primavera

En Merlo, la primavera era una fecha en el calendario, una excusa para guardar las camperas más gruesas y, con suerte, disfrutar de algún fin de semana en la plaza. Era algo que ocurría afuera, ajeno a nosotros. Acá en Almeyra, la primavera no es una espectadora; es la que mueve los hilos del tiempo de tus próximos meses. Es un llamado de la tierra, una explosión de vida que te exige arremangarte y poner las manos en la masa, o mejor dicho, en la tierra.

Desde finales de agosto, se siente en el aire. Es una vibración, un cambio en la luz del sol, los días se alargan y es lo que más espero de todo el año, que se acabe la oscuridad de los días cortos del invierno. En el canto de los pájaros también sabemos que llegó la primavera y ni hablar que las golondrinas paradas en los alambres nos indican como pequeños faros voladores que estamos navegando en aguas de la primavera. Para nosotros, es la señal de que comienza una de las etapas más cruciales y esperanzadoras del año: la siembra de nuestra huerta. Esa pequeña parcela de tierra, que en invierno parece dormir un sueño profundo, se despereza y nos pide a gritos que la despertemos. Y nosotros, felices, le respondemos.

 

El primer paso es un ritual de limpieza y preparación. Es sacar las malezas que el invierno dejó, remover la tierra con la pala, sentir cómo se desmenuza en las manos y oler ese perfume a humedad y vida que es, sin duda, uno de los aromas de la felicidad. Es un trabajo físico, de esos que te dejan el cuerpo cansado pero el alma ligera. Cada palada es un diálogo con este pedazo de campo que ahora es nuestro, una promesa de cuidarlo para que él nos cuide a nosotros.

Luego viene la fase de planificación familiar. Nos sentamos en el fondo, con el mate y un cuaderno, y diseñamos el futuro. ¿Qué vamos a sembrar este año? La pregunta no es trivial. Nuestra huerta es solo para consumo propio,solo sembramos lo que nos gusta y conviene por tiempo y espacio. Aqcá es donde nace la magia. En el papel dibujamos los surcos que albergarán los tomates, esas joyas rojas que se convertirán en una de nuestras salsas más celebradas. Destinamos un rincón especial para distintas variedades de hojas (acelgas, radicheta,rúculas,lechuga,etc), pensando en futuras conservas agridulces sembramos pepinos y berenjenas . Y, por supuesto, sembramos las aromáticas: la menta para algún toque fresco, la albahaca, el romero.

El acto de sembrar es, en sí mismo, un acto de fe. Cada pequeña semilla que depositamos en el surco es un voto de confianza en el futuro. Es creer en el poder del sol, en la generosidad de la lluvia y en la paciencia del tiempo. Es algo que hacemos en familia. Nos encanta ver crecer nuestros cultivos y cosecharlos para elaborar una comida de esas que Laura sabe hacer de maravilla, como la tarta de puerros o la tortilla de espinaca por ejemplo. La comida viene de la tierra; lo viven, lo sienten, lo huelen nuestros sentidos. Entienden el ciclo completo, el valor del esfuerzo y la maravilla de ver nacer una planta de algo tan insignificante como una semilla.

 

Esta huerta de primavera es la metáfora más potente de nuestro proyecto de vida. Cuando dejamos Merlo, éramos como una de estas semillas: pequeños, llenos de potencial, pero inciertos sobre el futuro. Necesitábamos la tierra correcta, el cuidado, la paciencia y la fe para poder brotar. Almeyra fue esa tierra fértil.

Así que ahora, mientras regamos estos surcos recién sembrados, no solo vemos futuras plantas. Vemos el futuro de nuestro emprendimiento, el sabor de las próximas temporadas, el resultado tangible de nuestro trabajo. Vemos, en definitiva, la prueba de que cuando uno siembra con amor y esfuerzo, la vida, tarde o temprano, te regala la más dulce de las cosechas. Como dije antes sin duda la primavera es mi estación favorita…

Carrito de compra
Scroll al inicio