Cuando vivíamos en Merlo, las estaciones eran más un concepto que una realidad palpable. El verano significaba que el ventilador no daba a basto y el invierno, que había que acordarse de agarrar un buzo antes de salir a la vorágine. Los árboles de la vereda cambiaban, sí, pero entre edificaciones, cables y el ritmo frenético, el paisaje de fondo era casi siempre el mismo: una paleta de grises con leves variaciones. Desolado paisaje de antenas y de cables decía Sabina

Ahora, todo ha cambiado. Ahora tengo una ventana. Bueno, en Merlo también tenía ventanas, claro, no vivíamos en un búnker. Pero esta ventana es diferente. Es un cine de pantalla infinita, un lienzo vivo que proyecta la película más espectacular de todas: el paso del tiempo en la llanura pampeana. Y he descubierto que, así como el paisaje cambia, mi propio estado de ánimo se acopla a ese ritmo, en una danza que todavía me sorprende y me saca una sonrisa.
El Verano: Explosión de Vida y de Ideas
El verano en Almeyra, visto desde mi ventana, es de un verde casi insolente. Es un verde que lo invade todo, que grita vida con una fuerza arrolladora. Los campos de soja o maíz se estiran hasta el horizonte, tan vibrantes que parecen retocados con Photoshop. El sol pega fuerte y el aire vibra, no por el tráfico, sino por el zumbido de miles de insectos que van y vienen, ocupados en sus asuntos. Es la estación de la abundancia. Mi estado de ánimo se pone en «vacaciones». La energía del verano se me mete en el cuerpo y se traduce en una actividad frenética en la cocina de «Alma de Almeyra». Es momento que esta toda la fruta fresca: mermelada de esto, conserva de aquello. Es como si el día durara menos. Hay una sensación de plenitud, de que todo es posible. Eso sí, también es la estación en la que descubrís cincuenta maneras diferentes de transpirar y la siesta se convierte, no en una opción, sino en un mandato constitucional.
El Otoño: La Pausa Dorada
Y entonces, cuando ya creía que el verde era el color oficial de Almeyra, llega el otoño y lo tiñe todo de oro. Es mi estación favorita, un secreto que le confieso a mi ventana. La luz del sol se vuelve más amable, más nostálgica, y pinta los atardeceres con unos colores que te hacen sentir un privilegiado espectador del universo. Los árboles se despojan de sus hojas sin drama, con una elegancia serena, y el campo adquiere una belleza melancólica y cálida. Mi humor otoñal es reflexivo. Es el tiempo de bajar un cambio, de agradecer la cosecha del verano. El ritmo frenético de la producción de mermeladas se calma y da paso a mañanas de mate mirando la niebla que se levanta del campo, planificando, soñando. Hay una paz en el aire, una sensación de tarea cumplida y la promesa del descanso. Es la estación que me enseñó la belleza de soltar.

El Invierno: El Abrazo del Hogar (y del Poncho)
El invierno llega sin pedir permiso. La ventana se convierte en un cuadro de tonos ocres y grises, y la escarcha de la mañana endurece hasta los pájaros . Los árboles ahora son esqueletos, siluetas perfectas contra un cielo a menudo plomizo. Desde afuera, podría parecer triste pero hay gente que ama el invierno (hay cada loco). El invierno en el campo te invita hacia adentro. Es la estación del hogar, del fuego crepitando en la salamandra, del olor a torta recién horneada y del guiso que se cocina a fuego lento durante horas. Mi estado de ánimo invernal es introspectivo y tristón. El día acaba a las seis de la tarde y la noche es un cuchillo que te corta si estás afuera. Es el tiempo de hibernar un poco, de leer, de largas charlas en familia. Es cuando más valoro tener un techo y una cocinera de lujo como Laura que hace unas lentejas que le sacan el frío hasta un muerto.
La Primavera: El Descaro de la Vida
Y cuando el frío ya parece haberse instalado para siempre, una mañana te asomás por la ventana y lo ves. Un brote tímido. Un destello verde. El canto de un pájaro que habías olvidado. La primavera en Almeyra no es sutil, es una fiesta sorpresa que la naturaleza se organiza a sí misma. Todo explota de nuevo, pero con la frescura y la inocencia de lo que recién empieza. Los árboles se visten de flores y el aire se carga de un perfume que revitaliza. Mi humor primaveral es pura euforia y optimismo. Es imposible estar de mal humor cuando ves a las abejas trabajando como locas en las flores del jardín. Vuelven los pájaros, los días se alargan, vuelven los amigos que se van en invierno y regresan las juntadas memorables… La primavera es definitivamente mi estación favorita.
Vivir aquí me ha enseñado que no somos ajenos a los ciclos de la tierra. Somos parte de ellos. Esta ventana no solo me muestra el paisaje; me muestra dónde estoy parado, me recuerda que todo cambia, que todo pasa y que cada etapa tiene su propia belleza y su propio propósito. Y esa certeza, esa conexión profunda, es uno de los regalos más grandes que nos ha dado nuestro pequeño y querido J. J. Almeyra. La ventana me enseño todo eso y mucho más…