Lecciones de un Chimango

Lo que los Animales Nos Enseñan sobre la Paciencia y la Oportunidad

Cuando llegamos a Almeyra, nuestro radar de fauna urbana se limitaba a distinguir entre palomas, gorriones y algún gato de techo. El campo, en cambio, nos sumergió en un documental de naturaleza en vivo y en directo, 24 horas al día. Y entre todos los nuevos vecinos con plumas y pelos que hemos conocido, hay uno que es un eterno infravalorado pero en realidad es un gran sabio: el chimango.

El chimango  es esa ave rapaz, modesta y presente en toda la pampa y hasta casi me animaría a decir en toda la Argentina pero no lo sé a ciencia cierta.

No tiene la majestuosidad de un águila ni el colorido de un jilguero. Es de un color pardo, discreto, y su graznido es más bien quejumbroso. Al principio, nos parecía un pájaro sin mucho encanto. Pero observándolo día tras día, posado en los postes del alambrado, hemos aprendido de él algunas de las lecciones más valiosas sobre cómo habitar este nuevo mundo.

Lección 1: La Paciencia del Observador Un chimango puede pasar horas posado en un poste, casi inmóvil. No parece estar haciendo nada. Pero sus ojos pequeños y agudos lo escanean todo. Está observando, esperando. No gasta energía inútilmente.

En nuestra vida urbana, estábamos programados para la acción constante, para el «multitasking», para llenar cada segundo con una tarea. El chimango nos enseña el poder de la quietud, el valor de observar el entorno antes de actuar. Nos recuerda que a veces, la decisión más inteligente es no hacer nada, solo esperar el momento adecuado.

Lección 2: El Arte de la Oportunidad El chimango es el rey del oportunismo, en el mejor sentido de la palabra. Es un generalista. Come insectos, carroña, pequeños roedores, lo que la pampa le ofrezca. Lo hemos visto siguiendo el arado de un tractor, listo para atrapar las lombrices y los insectos que la tierra revuelta deja al descubierto.

No se especializa, se adapta. Esta es una lección fundamental para la vida de cualquier persona en cualquier ámbito. No podés ser rígido. Tenés que estar dispuesto a aprender de todo un poco, a adaptarte a lo que el día te trae. Un día sos cocinero, al otro carpintero, al otro jardinero y al siguiente, plomero. Como el chimango, aprendés a ver la oportunidad en lo que el entorno te ofrece, a ser astuto y a no despreciar ningún recurso, por pequeño que parezca.

Lección 3: La Resiliencia sin Drama Hemos visto chimangos bajo el sol abrasador del verano y bajo la llovizna helada del invierno, siempre estoicos en su poste. Soportan el viento pampero sin quejarse. Son increíblemente resilientes. Se conforman con lo que hay y siguen adelante.

Una vez un chimango quedó atrapado  con las patas destrozadas en una trampa de comadrejas que tenía un vecino y me llamó para ayudar a liberarlo. Cuando lo soltamos no sabíamos que hacer con él… ¡¡Sí!! lo llevé a casa.

Mi  hijo se enamoró de él y empezó a cuidarlo, le armamos una «casita» y tuvimos que curarle y entablillarle las patas (bue… tuvimos… yo no participé esas tareas no me agradan para nada) mi hijo estableció una conexión con el chimango increíble. Le daba de comer salame y pedacitos de carne, al principio el chimango receloso lo evitaba después lo picoteaba y hasta le lastimó la mano  y por último lo esperaba ansioso… Después de algunos días que estaba más confiado aunque sin patas sentimos que era el momento de liberarlo…

Cuando lo pusimos arriba del techo del auto vinieron como 20 o 30 chimangos alrededor en vuelos circulares haciendo ese graznido quejumbroso. Parecían llamarlo. Después de varios intentos finalmente alzó vuelo y se perdió. A veces cuando los vemos pasar creemos ver a uno sin patas… tal vez… puede ser…

Al parecer no hay conflicto en su existencia, solo una aceptación profunda de las condiciones que les tocan. Esta actitud es un antídoto contra la queja inútil, esa a la que estamos tan acostumbrados nosotros los humanos.

El campo tiene sus durezas: una helada que te quema los plantines, una sequía que te castiga la huerta, un día de barro que te aísla. El chimango nos enseña a aceptar esas realidades, a aguantar el chaparrón y a saber que, tarde o temprano, el sol volverá a salir.

No solo de chimangos aprendemos. Aprendemos de la astucia del zorro, que se mueve con sigilo al amanecer. Aprendemos de la laboriosidad de las hormigas, que trabajan en comunidad por un bien común. Y aprendemos de los horneros que siempre están juntos trabajando.

La fauna del campo no es un simple decorado que cambia según la estación. Es una comunidad de seres vivos de la que ahora formamos parte. Y si prestamos atención, si nos tomamos el tiempo de observar a estos maestros silenciosos, nos enseñan todo lo que necesitamos saber sobre cómo vivir una vida más simple, más sabia y más conectada con el ritmo de la tierra.

A veces me pregunto porque no seremos más animales y menos humanos… a veces me pregunto si el chimango cuando pasa volando nos recordará.

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